miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿Cómo puede Thomas de Aquino defender la inteligibilidad de la Creatio ex nihilio?

Teniendo en cuenta que el principio de la ciencia es “de la nada, nada sale”, ¿Cómo puede Thomas de Aquino defender la inteligibilidad de la Creatio ex nihilio?

Para responder esta pregunta lo primero que hemos de considerar es si existe uno o varios primeros principios. En In II Sent d1, C.1, a.1, Thomas de Aquino responderá a este primer problema distinguiendo dos sentidos de “Primero”, uno en sentido absoluto, otro según un género u orden. Respecto al segundo sentido nos dirá que existen varios principios, ya que existen diversos tipos de causas. Así, por ejemplo, el primer principio de la materia corresponde a la materia prima, al de la forma el ser, y así respecto a cada género u orden. No obstante, sólo podrá ser uno el primer principio si se utiliza el primer sentido del término “primero”, esto es, primero en sentido absoluto, lo cual se prueba de tres formas.
La primera prueba apela al orden del cosmos, ya que la coordinación según la cual unas cosas se ordenan a otras sólo podría darse en cuanto que todas ellas tienden a algo “uno”. En segundo lugar, se dice que tienen un único primer principio dada la naturaleza misma de las cosas. Si en todas las cosas se da una misma natura entitatis, pero tienen el “ser” de distinta forma, luego es necesario que reciban el mismo “ser” en virtud de otro, donde la naturaleza de ese otro sea ipsum suum esse. El “ser” de las cosas participa, así, del ser de éste, pues la natura entitatis tiene la misma razón en todas las cosas, según la analogía. Finalmente, se prueba que primer principio en sentido absoluto es uno apelando a la inmaterialidad del mismo Dios. La causa que mueve a las esferas celestes y, por consecuente, a todo ser material, debe ser una causa inmaterial. De la misma forma se dice que dentro de los seres inmateriales “sólo hay diversidad en tanto que la naturaleza de una cosa es más completa y existente en acto que la naturaleza del otra” (In II Sent d1, C.1, a.1, Solución). De lo cual se sigue que aquello que es acto puro sea sólo algo uno, de lo cual proceda todo lo que está mezclado con la potencia.
Otro de los problemas que es necesario considerar para poder responder a nuestra pregunta inicial es, sin lugar a dudas, si puede salir de Dios por creación. Una de las objeciones por las cuales se sostiene que no se puede demostrar racionalmente la creación consiste en lo siguiente: si en toda mutación se da algo de lo cual proviene la mutación por sí, y de aquello que se hace algo es necesario que permanezca en aquello que es hecho, ya sea según el todo o la parte, entonces es imposible que el ente salga del no ente, ya que este último tendría que permanecer como ente, siendo así, ente y no ente al mismo tiempo. La respuesta a esta objeción sólo podrá entenderse en virtud de la solución que dará el aquinate. Para Tomás de Aquino, la creación no sólo se sostiene por la fe, sino que también lo demuestra la razón. Ya que, si todo lo que es imperfecto en algún género nace de aquello en lo cual se encuentra a la perfección el género, y toda cosa participa del ser en cuanto que es imperfecta, luego, “es necesario que toda cosa, según todo lo que hay en ella, provenga del ente primero y perfecto” (In II Sent d1, C.1, a.2, Solución). Crear, según Tomás de Aquino, es producir la cosa en el ser en toda su substancia, de lo cual se sigue que es necesario que todas las cosas procedan del primer principio por creación.
Creación, sin embargo, implica dos cosas: en primer lugar, que no se presupone nada en la cosa creada; en segundo lugar, que en la cosa que se dice que es creada anteceda el “no ser” al “ser”. Ambas implicaciones nos ayudan a entender de qué forma creación y mutación o cambio son dos cosas distintas. De la primera implicación se sigue que, dado que la generación y cualquier otro tipo de cambio presuponen la preexistencia de una realidad determinada, creación y cambio no son lo mismo. Para que un cambio substancial, por ejemplo, pueda darse, es necesario que exista una materia capaz de recibir ese cambio. De la misma forma sucede con los demás tipos de cambio, los cuales presuponen la existencia del sujeto. De esta manera, la causalidad del cambio no se extiende a todo lo que hay en la cosa, mientras que la causalidad de la creación se extiende a todo lo que haya de la cosa. De la segunda implicación, por su parte, se sigue que, dado que en la creación antecede el “no ser” al “ser”, este anteceder no es con prioridad de tiempo o duración, es decir, no presupone un origen temporal de las cosas. En este sentido, la creación siempre es Creatio ex nihilio, y no post nihilum. La prioridad, según la cual el “no ser” antecede al “ser”, no es en el tiempo, sino en la naturaleza, de modo que “la cosa creada, si se deja a sí misma vaya al no ser, pues no tiene el ser sino por influencia de la causa superior” (In II Sent d1, C.1, a.2, Solución).
De ambas implicaciones, según Tomás de Aquino, se prueba, también, que la creación necesariamente en creación de la nada. Una creación de la nada, así, puede ser demostrada por la filosofía, sin embargo, afirmar que la creación necesariamente tiene un inicio temporal es algo que sólo puede demostrarse por la fe. Parte fundamental para comprender la respuesta que Tomás de Aquino daría a nuestra pregunta principal, es necesario considerar la respuesta que el aquinate ofrece a la tercera objeción por la cual se piensa que no podría salir de Dios nada por creación. Esta objeción, en resumidas cuentas, sostiene que ninguna cosa que permanece puede, al mismo tiempo, hacerse y haber sido hecha. Esto se debe a que la cosa sólo existiría después de haber sido hecha y no mientras se hace, pues lo contrario supondría que la cosa es y no es al mismo tiempo. Según esta objeción, el producir no puede existir sin sujeto, razón por la cual la creación no podría sostenerse.
Ante esta objeción, Tomás Aquino responderá que ninguna cosa permanente puede hacerse y estar hecha a la vez, pero entendiéndolo esto desde el cambio. En efecto, cuando una cosa se hace, por ejemplo, en la corrupción o en el movimiento, hacerse y estar hecho se dan necesariamente en momentos distintos, además de que suponen la preexistencia de un sujeto que reciba el cambio. Si la creación es entendida como un producir en el ser según toda su substancia, y ésta tiene prioridad no en el tiempo, sino en la naturaleza, luego, la creación no implica necesariamente un origen temporal, sino que, desde la filosofía, podría sostenerse la creación aun cuando el mundo fuese eterno.
Otro de los problemas fundamentales para comprender la solución tomista a nuestra pregunta inicial es saber si conviene a otros seres distintos a Dios crear o no. La solución a este problema, Tomás de Aquino la expondrá a partir de tres opiniones al respecto. La primera de ellas sostiene que la primera causa sólo tiene un primer causado, del cual provienen después otros, y así sucesivamente. La segunda, por su parte, afirma que la creación no conviene a ninguna creatura y no es comunicable, así como tampoco se puede comunicar el ser de potencia infinita, elemento indispensable, según estas opiniones, para la creación. Finalmente, la tercera postura defenderá que el crear no ha sido comunicado a ninguna criatura, pero que podría haberle sido comunicada.
Tomás de Aquino abordará esta problemática desde una doble perspectiva: de parte del creador o de parte de lo creado. Desde la primera perspectiva, “la creación es aquella acción que no se funda sobre la acción de una causa precedente, y así, es acción tan sólo de la causa primera, porque toda acción de la causa segunda se funda en la acción de la causa primera; por tanto, si a una criatura no se puede comunicar el que sea causa primera, tampoco se le puede comunicar el crear” (In II Sent d1, C.1, a.3). Si se considera el problema de parte de lo creado, la creación exige que no preexista algo en la realidad, es decir, que no preexista el ser. De esta forma, el ser es lo primero de las cosas creadas. Considerado el problema desde esta segunda perspectiva, la creación pudo ser comunicada a la criatura, de modo que por medio de la causa primera que obra en ella se produjese algún ser simple. Esto explica en qué sentido los filósofos afirmaron que las inteligencias crean propiamente, pero esto es herético.
De estos argumentos y conclusiones se sigue la respuesta que Tomás de Aquino daría a nuestra pregunta original, a saber: que la afirmación “de la nada, nada sale” alude a una mutación o cambio y, en cuanto tal, presupone la existencia de una realidad determinada para que pueda darse. En efecto, un cambio, sea substancial o accidental, presupone la existencia de alguna otra realidad que permanezca para realizarse y, en este sentido, un cambio de la nada sería absurdo. No obstante, la creación “no es un <> que constituya una mutación en sentido propio” (In II Sent d1, C.1, a.2, Respuesta a la segunda objeción). Todo ser exige una causa primera que produzca su ser en el mundo. La creación, según Tomás de Aquino, de ninguna forma puede ser considerara al modo en que se considera el cambio o el movimiento, pues ella presupone que el “no ser” precede al “ser” no en el tiempo, sino en la naturaleza. La afirmación “de la nada, nada sale”, de esta forma, no hace alusión a la creación en sí, sino al cambio y al movimiento. Así, sostener la creación y que, al mismo tiempo, “de la nada, nada sale”, no son cosas que se oponen, sino que apelan a dos cosas distintas, pues mientras que la segunda proposición apela a las causas segundas, la creación compete sólo a la causa primera, que es Dios.

Concepto de habilidades del pensamiento


Uno de los pilares de la educación es, sin lugar a dudas, la naturaleza racional del hombre. De la misma forma, el hombre por naturaleza tiende al perfeccionamiento de sus propias habilidades y talentos. De estas dos premisas se sigue que el objetivo de la educación es lograr el perfeccionamiento del hombre en todas sus dimensiones. La educación debe centrarse en la integralidad del hombre mismo, donde uno de los elementos principales para alcanzar este objetivo son las habilidades del pensamiento.

Una educación de calidad implica el desarrollo pleno de las distintas habilidades del pensamiento, tanto en los educandos como de parte de los educadores. En este sentido, la educación sólo es posible si a lo largo de la formación de los individuos se fomenta el sano desarrollo de estas habilidades. Tratar de definir estas habilidades, sin embargo, es complicado, pues las habilidades pueden ser de dos tipos: simples y complejas. Las primeras, por su parte, comprenden habilidades como observar, identificar, clasificar, inferir, etc.; mientras que las segundas se consolidan a partir de la conjunción de habilidades simples y ciertas disposiciones, valores y consecuencias. Esto último puede verse con mayor claridad en la descripción que Díaz Barriga hace respecto a la habilidad conocida como “pensamiento crítico”, a saber: “en un primer nivel, el pensamiento crítico estaría compuesto de habilidades analíticas, micro-lógicas, pero su desarrollo pleno requiere el paso a un segundo nivel, donde la persona comienza a comprender y usar la perspectiva de los otros a fin de generar un sentido holístico de racionalidad, que corresponde a un tipo de razonamiento dialógico. Por esto es que el pensamiento crítico no puede concebirse solamente como el agregado de una serie de habilidades técnicas discretas; por el contrario requiere integrar disposiciones, valores y consecuencias” (Díaz Barriga, p. 3).

Las habilidades del pensamiento, propiamente, son aquellos elementos necesarios para el desarrollo integral fundamentales para que aprender a pensar mejor. Desde otra perspectiva, las habilidades del pensamiento pueden ser entendidas como aquellas destrezas cognitivas que el hombre, por naturaleza, puede adquirir a través del proceso de enseñanza-aprendizaje. En este segundo sentido, es necesario que la educación busque el Desarrollo Pleno de las Habilidades del Pensamiento. Una tercera concepción de las habilidades del pensamiento, extraída de las dos anteriores, nos indica que éstas son aquellas habilidades necesarias para el aprendizaje, a partir de las cuales el hombre alcanza un perfeccionamiento de su propia naturaleza. De esta forma, las habilidades del pensamiento se asemejan a las virtudes en cuanto que ambas constituyen una segunda naturaleza del hombre, es decir, hábitos que forman nuestra inteligencia, voluntad y carácter.

domingo, 23 de mayo de 2010

Presentación de Carlos Llano de su libro sobre José Gaos

Carlos Llano (1932-2010)

Reflexión introductoria (Curso de lógica, fragmento, Roberto Casales García)

La lógica es aquella disciplina que estudia las formas argumentales por la cuales articulamos, atacamos o defendemos, racionalmente, tanto nuestras propias creencias como las ajenas. Esta disciplina se encarga de estudiar todos aquellos principios y métodos por los cuales podemos distinguir un buen argumento de uno malo.

Estudiar todos aquellos principios o métodos por los cuales podemos distinguir una buen argumento de uno malo es de gran utilidad en la vida diaria de la persona. Esto se debe a que el hombre, en cuanto ser racional, se desenvuelve en un entorno que constantemente lo confronta; el mundo, en sí mismo, nos pide explicaciones, exige que sepamos defender, articular o atacar nuestras creencias o las ajenas, es un mundo donde constantemente nos enfrentamos a decisiones.

Saber argumentar es indispensable para la vida del hombre. Quien no sabe argumentar, por ejemplo, es más fácil que lo manipulen o lo persuadan de las creencias ajenas, pues al no poder defender sus creencias o recurre a la violencia o cae en las trampas argumentativas de los demás.

jueves, 20 de mayo de 2010

Reflexión introductoria (Curso de ética, Fragmento): Roberto Casales García

Nuestra vida, según algunos hermeneutas contemporáneos, es el todo de una narración donde lo esencial es saber dónde estamos, qué camino hemos recorrido y a dónde vamos. Una vida lograda no sólo está afectada por un pasado, tampoco está destinada al presente aislado, sino que también debe buscar un camino que la oriente hacia un futuro. Nuestra narración es una historia sin fin en dónde el protagonista principal es cada uno. El papel principal de la obra, incluyendo al narrador, somos nosotros mismos. En términos de Frankl, nosotros mismos somos los únicos responsables de satisfacer esa voluntad de sentido, entendiendo por voluntad de sentido aquel hilo conductor que unifica y articula nuestra propia historia . “Si de algo estoy seguro, ya desde ahora, es de que yo soy el protagonista de esa narrativa que me acerca a una plenitud activamente abierta a los demás” .

Este hilo conductor que le da sentido a nuestra propia narración; este hilo conductor debe guiarnos a una vida plena y satisfactoria, es decir, a una vida lograda. Todo hombre, por naturaleza, tiende a un fin último, al cual están encaminados todos aquellos fines particulares. Este fin último o sentido de la vida, como lo llamarán Frankl y Grondin, es ese “algo” por lo que vivir, es aquel monumento que vamos construyendo paso a paso y que hace de nosotros un alguien. De esta forma, la búsqueda de un sentido o fin último es parte esencial de nuestra propia existencia; este hilo conductor, aún cuando en muchos casos sea difuso, se encuentra presente a lo largo de toda nuestra existencia. “El hombre es el único ser que se interroga de manera tan radical sobre el sentido de su existencia. Si se plantea la pregunta del sentido es porque tiene conciencia de la finitud de su existencia en el tiempo” . La búsqueda de sentido es una problemática que nos concierne a todos y a cada uno de nosotros.

martes, 20 de abril de 2010

Cita de Gaarder

"¿Quién pudo alegrarse de los fuegos artificiales cósmicos mientras las filas de butacas del firmamento no se habían llenado más que de hielo y fuego? ¿Quién pudo adivinar que ese atrevido primer anfibio no sólo había recorrido a gatas un paso desde la orilla, sino que había dado un paso gigante por el largo camino hacia la orgullosa visión de conjunto del primate del principio de dicho camino? El aplauso a la gran explosión no llegó hasta quince mil millones de años después de que hiciera explosión."

Jostein Gaarder, Maya

Reflexión sobre ética de Roberto Casales García


Preguntarnos si una acción es buena o mala no sólo es una tarea del filósofo, sino de todo ser humano. Sin embargo, en la actualidad vemos que la mayoría de las personas evitan hacer juicios morales, especialmente cuando se trata de evaluar nuestras propias acciones. Tendemos a evitar la deliberación con escusas como: “una mentira no mata a nadie”, “sólo una vez nada más”, “no pasó nada”, “por ahora libro el problema”, por mencionar algunas. En la actualidad, más que preocuparnos por si nuestras acciones son buenas o no, nos preocupamos por lo rentables y lo útiles o productivas que pueden llegar a ser. Esta actitud, en consecuencia, nos hace preguntarnos: ¿Qué sentido tiene estudiar ética en la actualidad?

Fragmento de "El extranjero" de Albert Camus


Caminamos mucho tiempo por la playa. El sol estaba ahora abrasador. Se rompía en pedazos sobre la arena y sobre el mar. Tuve la impresión de que Raimundo sabía a dónde iba, pero sin duda era una falsa impresión. En el extremo de la playa llegamos al fin a un pequeño manantial que corría por la arena hacia el mar detrás de una roca. Allí encontramos a los dos árabes. Estaban acostados con los grasientos albornoces. Parecían enteramente tranquilos y casi apaciguados. Nuestra llegada no cambió nada. El que había herido a Raimundo le miraba sin decir nada. El otro soplaba una cañita y, mirándonos de reojo, repetía sin cesar las tres notas que sacaba del instrumento.


Durante todo este tiempo no hubo otra cosa más que el sol y el silencio con el leve ruido del manantial y las tres notas. Luego Raimundo echó mano al revólver de bolsillo, pero el otro que tocaba la flauta tenía los dedos de los pies muy separados. Sin quitar los ojos del adversario, Raimundo me preguntó: “¿Lo tumbo?” Pensé que si le decía que no, se excitaría y seguramente tiraría. Me limité a decirle: “Todavía no te ha hablado. Sería feo tirar así”. En medio del silencio y del calor se oyó aún el leve ruido del agua y de la flauta. Luego Raimundo dijo: “Entonces voy a insultarlo, y cuando conteste, lo tumbaré”. Le respondí: “Así es. Pero si no saca el cuchillo no puedes tirar”. Raimundo comenzó a excitarse un poco. El otro tocaba siempre y los dos observaban cada movimiento de Raimundo. “No”, dije a Raimundo. “Tómalo de hombre a hombre y dame el revólver. Si el otro interviene, o saca el cuchillo, yo lo tumbaré.”


Cuando Raimundo me dio el revólver el sol resbaló encima, sin embargo, quedamos aún inmóviles como si todo se hubiera vuelto a cerrar en torno de nosotros. Nos mirábamos sin bajar los ojos y todo se detenía aquí entre el mar, la arena y el sol, el doble silencio de la flauta y del agua. Pensé en ese momento que se podía tirar y que lo mismo daba. Pero bruscamente los árabes se deslizaron retrocediendo y desaparecieron detrás de la roca. Raimundo y yo volvimos entonces sobre nuestros pasos. Parecía mejor y habló del autobús de regreso.


Le acompañé hasta la cabañuela, y mientras trepaba por la escalera de madera quedé delante del primer peldaño, con la cabeza resonante del sol, desanimado ante el esfuerzo que era necesario hacer para subir al piso de madera y hablar otra vez con las mujeres. Pero el calor era tal que me resultaba penoso también permanecer inmóvil bajo la enceguecedora lluvia que caía del cielo. Quedar aquí o partir, lo mismo daba. Al cabo de un momento volví hacia la playa y me puse a caminar.


Persistía el mismo resplandor rojo. Sobre la arena el mar jadeaba con la respiración rápida y ahogada de las olas pequeñas. Caminaba lentamente hacia las rocas y sentía que la frente se me hinchaba bajo el sol. Todo aquel calor pesaba sobre mí y se oponía a mi avance. Y cada vez que sentía el poderoso soplo cálido sobre el rostro, apretaba los dientes, cerraba los puños en los bolsillos del pantalón, me ponía tenso todo entero para vencer al sol y a la opaca embriaguez que se derramaba sobre mí. Las mandíbulas se me crispaban ante cada espada de luz surgida de la arena, de la conchilla blanqueada o de un fragmento de vidrio. Caminé largo tiempo. Veía desde lejos la pequeña masa oscura de la roca rodeada de un halo deslumbrante por la luz y el polvo del mar. Pensaba en el fresco manantial que nacía detrás de la roca. Tenía deseos de oír de nuevo el murmullo del agua, deseos de huir del sol, del esfuerzo y de los llantos de mujer, deseos, en fin, de alcanzar la sombra y su reposo. Pero cuando estuve más cerca vi que el individuo de Raimundo había vuelto.


Estaba solo. Reposaba sobre la espalda, con las manos bajo la nuca, la frente en la sombra de la roca, todo el cuerpo al sol. El albornoz humeaba en el calor. Quedé un poco sorprendido. Para mí era un asunto concluido y había llegado allí sin pensarlo.


No bien me vio, se incorporó un poco y puso la mano en el bolsillo. Yo, naturalmente, empuñé el revólver de Raimundo en mi chaqueta. Entonces se dejó caer de nuevo hacia atrás, pero sin retirar la mano del bolsillo. Estaba bastante lejos de él, a una decena de metros. Adivinaba su mirada por instantes entre los párpados entornados. Pero más a menudo su imagen danzaba delante de mis ojos en el aire inflamado. El ruido de las olas parecía aún más perezoso, más inmóvil que a mediodía. Era el mismo sol, la misma luz sobre la misma arena que se prolongaba aquí. Hacía ya dos horas que el día no avanzaba, dos horas que había echado el ancla en un océano de metal hirviente. En el horizonte pasó un pequeño navío y hube de adivinar de reojo la mancha oscura porque no había cesado de mirar al árabe.


Pensé que me bastaba dar media vuelta y todo quedaría concluido. Pero toda una playa vibrante de sol apretábase detrás de mí. Di algunos pasos hacia el manantial. El árabe no se movió. A pesar de todo estaba todavía bastante lejos. Parecía reírse, quizá por el efecto de las sombras sobre el rostro. Esperé. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonárseme en las cejas. Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá y, como entonces, sobre todo me dolían la frente y todas las venas juntas bajo la piel. Impelido por este ardor que no podía soportar más, hice un movimiento hacia delante. Sabía que era estúpido, que no iba a librarme del sol desplazándome un paso. Pero di un paso, un solo paso hacia delante. Y esta vez, sin levantarse, el árabe sacó el cuchillo y me lo mostró bajo el sol. La luz se inyectó en el acero y era como una larga hoja centellante que me alcanzara en la frente. En el mismo instante el sudor amontonado en las cejas corrió de golpe sobre mis párpados y los recubrió con un velo tibio y espeso. Tenía los ojos ciegos detrás de esta cortina de lágrimas y de sal. No sentía más que los címbalos del sol sobre la frente e, indiscutiblemente, la refulgente lámina surgida del cuchillo, siempre delante de mí. La espalda ardiente me roía las cejas y me penetraba en los ojos doloridos. Entonces todo vaciló. El mar cargó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para dejar que lloviera fuego. Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aun cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia. (CAMUS, Albert. El extranjero. España: Altaya. 1995. Pp. 53-60).

Relación entre mentes del futuro e inteligencias múltiples

La instrumentalización de la razón, como la han llamado los filósofos de la Escuela de Frankfurt, parecería que ha imposibilitado el desarrollo de estas cinco mentes del futuro. La delincuencia, especialmente en México, está en constante crecimiento; aparentemente, la sociedad tiende a una Naranja Mecánica contemporánea. No obstante, estos hechos no han logrado eliminar la posibilidad de desarrollar una sociedad en donde estas cinco mentes del futuro sean viables.

Por el contrario, estos hechos revelan, en el fondo, la nececidad de propiciar la formación de dichas mentalidades. En este sentido, apostar por una educación que fomente la disciplina, la creatividad, el respeto, la capacidad de sintetizar y la ética, no es un absurdo y, mucho menos, una utopía.


Cultivar las cinco mentes del futuro, tal y como proponía Gardner, se vuelve, así, no sólo un hecho factible, sino también necesario.


Esta necesidad, cuyo alcance es global, debe ocupar un lugar central, en especial cuando se habla de Educación. Pues para que estas cinco mentes se vuelvan un futuro tangible, la educación debe propiciar un pilar central dentro de la formación íntegra de la persona humana.

Roberto Casales García (RCG)

Reflexión entorno a la educación de Roberto Casales García



El aprendizaje, tal y como lo menciona la Profesora Marveya, es una construcción o descubrimiento de significados o sentido (aquí identifico significado y sentido haciendo alusión a la teoría de Viktor Frankl), el cual, aún cuando pudiera estar vinculado con el desempeño personal, no se identifica con él. El aprendizaje es una actividad exclusiva del ser humano; el animal, por un lado, no es que aprenda, sino que es domesticado o adiestrado; por otro lado, Dios es omnisciente y no necesita aprender nada. Aprender, aún cuando sólo se da en el hombre, es algo que se da de distintas formas en cada persona, esto es, si bien es cierto que todo hombre aprende, también es cierto que todo hombre aprende de distinta forma.


Este proceso de enseñanza puede darse de dos formas, principalmente. Por un lado parece que uno aprende cuando experimenta las cosas por sí mismo, por otro lado, uno puede aprender cuando estos conocimientos le son transmitidos. Gracias a esta doble vertiente del aprendizaje (que si bien no son las únicas fuentes de aprendizaje, sí podríamos decir que son de las más importantes), es que el hombre ha podido progresar y llegar a la luna. En este sentido, el aprendizaje no es algo que pueda ser reducido a uno de estos dos ámbitos (incluso habría que decir que no se puede reducir a la conjunción de ambos elementos).


La educación, por ejemplo, en el aula, requiere no sólo un juicio aguzado para poder diagnosticar el progreso de cada uno de nuestros alumnos, sino que también exige un compromiso previamente establecido en donde cada una de las partes donará lo mejor de sí. Sin este compromiso previo el aprendizaje se ve obscurecido e incluso entorpecido. Educar es un arte y una ciencia, puesto que cada alumno, al ser distinto, aprende de diversas formas y entiende las temáticas desde distintas perspectivas. Por este motivo, es importante que durante cualquier clase se busque crear el ambiente de aprendizaje más adecuado.