martes, 20 de abril de 2010

Cita de Gaarder

"¿Quién pudo alegrarse de los fuegos artificiales cósmicos mientras las filas de butacas del firmamento no se habían llenado más que de hielo y fuego? ¿Quién pudo adivinar que ese atrevido primer anfibio no sólo había recorrido a gatas un paso desde la orilla, sino que había dado un paso gigante por el largo camino hacia la orgullosa visión de conjunto del primate del principio de dicho camino? El aplauso a la gran explosión no llegó hasta quince mil millones de años después de que hiciera explosión."

Jostein Gaarder, Maya

Reflexión sobre ética de Roberto Casales García


Preguntarnos si una acción es buena o mala no sólo es una tarea del filósofo, sino de todo ser humano. Sin embargo, en la actualidad vemos que la mayoría de las personas evitan hacer juicios morales, especialmente cuando se trata de evaluar nuestras propias acciones. Tendemos a evitar la deliberación con escusas como: “una mentira no mata a nadie”, “sólo una vez nada más”, “no pasó nada”, “por ahora libro el problema”, por mencionar algunas. En la actualidad, más que preocuparnos por si nuestras acciones son buenas o no, nos preocupamos por lo rentables y lo útiles o productivas que pueden llegar a ser. Esta actitud, en consecuencia, nos hace preguntarnos: ¿Qué sentido tiene estudiar ética en la actualidad?

Fragmento de "El extranjero" de Albert Camus


Caminamos mucho tiempo por la playa. El sol estaba ahora abrasador. Se rompía en pedazos sobre la arena y sobre el mar. Tuve la impresión de que Raimundo sabía a dónde iba, pero sin duda era una falsa impresión. En el extremo de la playa llegamos al fin a un pequeño manantial que corría por la arena hacia el mar detrás de una roca. Allí encontramos a los dos árabes. Estaban acostados con los grasientos albornoces. Parecían enteramente tranquilos y casi apaciguados. Nuestra llegada no cambió nada. El que había herido a Raimundo le miraba sin decir nada. El otro soplaba una cañita y, mirándonos de reojo, repetía sin cesar las tres notas que sacaba del instrumento.


Durante todo este tiempo no hubo otra cosa más que el sol y el silencio con el leve ruido del manantial y las tres notas. Luego Raimundo echó mano al revólver de bolsillo, pero el otro que tocaba la flauta tenía los dedos de los pies muy separados. Sin quitar los ojos del adversario, Raimundo me preguntó: “¿Lo tumbo?” Pensé que si le decía que no, se excitaría y seguramente tiraría. Me limité a decirle: “Todavía no te ha hablado. Sería feo tirar así”. En medio del silencio y del calor se oyó aún el leve ruido del agua y de la flauta. Luego Raimundo dijo: “Entonces voy a insultarlo, y cuando conteste, lo tumbaré”. Le respondí: “Así es. Pero si no saca el cuchillo no puedes tirar”. Raimundo comenzó a excitarse un poco. El otro tocaba siempre y los dos observaban cada movimiento de Raimundo. “No”, dije a Raimundo. “Tómalo de hombre a hombre y dame el revólver. Si el otro interviene, o saca el cuchillo, yo lo tumbaré.”


Cuando Raimundo me dio el revólver el sol resbaló encima, sin embargo, quedamos aún inmóviles como si todo se hubiera vuelto a cerrar en torno de nosotros. Nos mirábamos sin bajar los ojos y todo se detenía aquí entre el mar, la arena y el sol, el doble silencio de la flauta y del agua. Pensé en ese momento que se podía tirar y que lo mismo daba. Pero bruscamente los árabes se deslizaron retrocediendo y desaparecieron detrás de la roca. Raimundo y yo volvimos entonces sobre nuestros pasos. Parecía mejor y habló del autobús de regreso.


Le acompañé hasta la cabañuela, y mientras trepaba por la escalera de madera quedé delante del primer peldaño, con la cabeza resonante del sol, desanimado ante el esfuerzo que era necesario hacer para subir al piso de madera y hablar otra vez con las mujeres. Pero el calor era tal que me resultaba penoso también permanecer inmóvil bajo la enceguecedora lluvia que caía del cielo. Quedar aquí o partir, lo mismo daba. Al cabo de un momento volví hacia la playa y me puse a caminar.


Persistía el mismo resplandor rojo. Sobre la arena el mar jadeaba con la respiración rápida y ahogada de las olas pequeñas. Caminaba lentamente hacia las rocas y sentía que la frente se me hinchaba bajo el sol. Todo aquel calor pesaba sobre mí y se oponía a mi avance. Y cada vez que sentía el poderoso soplo cálido sobre el rostro, apretaba los dientes, cerraba los puños en los bolsillos del pantalón, me ponía tenso todo entero para vencer al sol y a la opaca embriaguez que se derramaba sobre mí. Las mandíbulas se me crispaban ante cada espada de luz surgida de la arena, de la conchilla blanqueada o de un fragmento de vidrio. Caminé largo tiempo. Veía desde lejos la pequeña masa oscura de la roca rodeada de un halo deslumbrante por la luz y el polvo del mar. Pensaba en el fresco manantial que nacía detrás de la roca. Tenía deseos de oír de nuevo el murmullo del agua, deseos de huir del sol, del esfuerzo y de los llantos de mujer, deseos, en fin, de alcanzar la sombra y su reposo. Pero cuando estuve más cerca vi que el individuo de Raimundo había vuelto.


Estaba solo. Reposaba sobre la espalda, con las manos bajo la nuca, la frente en la sombra de la roca, todo el cuerpo al sol. El albornoz humeaba en el calor. Quedé un poco sorprendido. Para mí era un asunto concluido y había llegado allí sin pensarlo.


No bien me vio, se incorporó un poco y puso la mano en el bolsillo. Yo, naturalmente, empuñé el revólver de Raimundo en mi chaqueta. Entonces se dejó caer de nuevo hacia atrás, pero sin retirar la mano del bolsillo. Estaba bastante lejos de él, a una decena de metros. Adivinaba su mirada por instantes entre los párpados entornados. Pero más a menudo su imagen danzaba delante de mis ojos en el aire inflamado. El ruido de las olas parecía aún más perezoso, más inmóvil que a mediodía. Era el mismo sol, la misma luz sobre la misma arena que se prolongaba aquí. Hacía ya dos horas que el día no avanzaba, dos horas que había echado el ancla en un océano de metal hirviente. En el horizonte pasó un pequeño navío y hube de adivinar de reojo la mancha oscura porque no había cesado de mirar al árabe.


Pensé que me bastaba dar media vuelta y todo quedaría concluido. Pero toda una playa vibrante de sol apretábase detrás de mí. Di algunos pasos hacia el manantial. El árabe no se movió. A pesar de todo estaba todavía bastante lejos. Parecía reírse, quizá por el efecto de las sombras sobre el rostro. Esperé. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonárseme en las cejas. Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá y, como entonces, sobre todo me dolían la frente y todas las venas juntas bajo la piel. Impelido por este ardor que no podía soportar más, hice un movimiento hacia delante. Sabía que era estúpido, que no iba a librarme del sol desplazándome un paso. Pero di un paso, un solo paso hacia delante. Y esta vez, sin levantarse, el árabe sacó el cuchillo y me lo mostró bajo el sol. La luz se inyectó en el acero y era como una larga hoja centellante que me alcanzara en la frente. En el mismo instante el sudor amontonado en las cejas corrió de golpe sobre mis párpados y los recubrió con un velo tibio y espeso. Tenía los ojos ciegos detrás de esta cortina de lágrimas y de sal. No sentía más que los címbalos del sol sobre la frente e, indiscutiblemente, la refulgente lámina surgida del cuchillo, siempre delante de mí. La espalda ardiente me roía las cejas y me penetraba en los ojos doloridos. Entonces todo vaciló. El mar cargó un soplo espeso y ardiente. Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para dejar que lloviera fuego. Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aun cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia. (CAMUS, Albert. El extranjero. España: Altaya. 1995. Pp. 53-60).

Relación entre mentes del futuro e inteligencias múltiples

La instrumentalización de la razón, como la han llamado los filósofos de la Escuela de Frankfurt, parecería que ha imposibilitado el desarrollo de estas cinco mentes del futuro. La delincuencia, especialmente en México, está en constante crecimiento; aparentemente, la sociedad tiende a una Naranja Mecánica contemporánea. No obstante, estos hechos no han logrado eliminar la posibilidad de desarrollar una sociedad en donde estas cinco mentes del futuro sean viables.

Por el contrario, estos hechos revelan, en el fondo, la nececidad de propiciar la formación de dichas mentalidades. En este sentido, apostar por una educación que fomente la disciplina, la creatividad, el respeto, la capacidad de sintetizar y la ética, no es un absurdo y, mucho menos, una utopía.


Cultivar las cinco mentes del futuro, tal y como proponía Gardner, se vuelve, así, no sólo un hecho factible, sino también necesario.


Esta necesidad, cuyo alcance es global, debe ocupar un lugar central, en especial cuando se habla de Educación. Pues para que estas cinco mentes se vuelvan un futuro tangible, la educación debe propiciar un pilar central dentro de la formación íntegra de la persona humana.

Roberto Casales García (RCG)

Reflexión entorno a la educación de Roberto Casales García



El aprendizaje, tal y como lo menciona la Profesora Marveya, es una construcción o descubrimiento de significados o sentido (aquí identifico significado y sentido haciendo alusión a la teoría de Viktor Frankl), el cual, aún cuando pudiera estar vinculado con el desempeño personal, no se identifica con él. El aprendizaje es una actividad exclusiva del ser humano; el animal, por un lado, no es que aprenda, sino que es domesticado o adiestrado; por otro lado, Dios es omnisciente y no necesita aprender nada. Aprender, aún cuando sólo se da en el hombre, es algo que se da de distintas formas en cada persona, esto es, si bien es cierto que todo hombre aprende, también es cierto que todo hombre aprende de distinta forma.


Este proceso de enseñanza puede darse de dos formas, principalmente. Por un lado parece que uno aprende cuando experimenta las cosas por sí mismo, por otro lado, uno puede aprender cuando estos conocimientos le son transmitidos. Gracias a esta doble vertiente del aprendizaje (que si bien no son las únicas fuentes de aprendizaje, sí podríamos decir que son de las más importantes), es que el hombre ha podido progresar y llegar a la luna. En este sentido, el aprendizaje no es algo que pueda ser reducido a uno de estos dos ámbitos (incluso habría que decir que no se puede reducir a la conjunción de ambos elementos).


La educación, por ejemplo, en el aula, requiere no sólo un juicio aguzado para poder diagnosticar el progreso de cada uno de nuestros alumnos, sino que también exige un compromiso previamente establecido en donde cada una de las partes donará lo mejor de sí. Sin este compromiso previo el aprendizaje se ve obscurecido e incluso entorpecido. Educar es un arte y una ciencia, puesto que cada alumno, al ser distinto, aprende de diversas formas y entiende las temáticas desde distintas perspectivas. Por este motivo, es importante que durante cualquier clase se busque crear el ambiente de aprendizaje más adecuado.