lunes, 27 de abril de 2009

Notas sobre la noción de Ritmo de Vasconcelos

Ya desde el tratamiento de la figura de Pitágoras como esteta se dijo que la definición de ritme es: “el enlace en la existencia de los elementos del tiempo con los elementos del espacio o cantidad”[1]. Ahora bien, respecto a la noción de ritmo, Vasconcelos nos dirá que lo íntimo del yo es un ritmo de donde nacen a un tiempo la unidad y la variedad; y todo cuanto existe es contagiado por este ritmo interno. A diferencia de la vía fenomenal, la manera estética reduce toda cosa o imagen a la ley propia de nuestro interior, esto es, al ritmo de nuestro ritmo personal. Y de esta forma es como es posible afirmar que somos esencialmente ritmo y que ese a ritmo procuramos reducir el universo, “siendo el universo asimilable en su totalidad sólo por medio de esa simpatía estética”[2]. Aquello que se manifiesta en nosotros interiormente, se manifiesta de igual forma en todos los seres que tienden a una unidad que se acrecenta absorbiendo todo cuanto existe dentro de dicho ritmo. De esta forma, lo individual se vuelve una primera fuga de ese todo homogéneo; escape a partir de la cual el ser se constituye, o lo que es decir lo mismo, se da cuenta de sí mismo al sentir que ha inventado un ritmo nuevo. Este busca, sin embargo, reincorporarse dentro de sí el universo. “El secreto del ser total ha de consistir en el hallazgo de un tono que conmueva a toda cosa y despierte el júbilo de la armonía universal”[3].
Con un ejemplo Vasconcelos tratará de hacer una analogía entre el mundo disimbólico de lo mineral y el de la conciencia para explicarnos la noción de ritmo. El ejemplo que propone versa así: si a un cuerpo metálico lo hiero contra un cuerpo sólido y lo pongo a vibrar. Aquí se descubre como los átomos metálicos van moviéndose conforme a cierta relación que es melódica y fija. “Suena la nota misteriosa y el universo se conmueve con la aparición de un nuevo ser. Y todo el resto de la Creación se afecta y se produce una lucha que sólo se resuelve cuando el sonido se inserta simpáticamente en el resto de las cosas que existen”[4]. Este nueva relación entre el nuevo ser y los demás seres es el ritmo que ha regido el suceso. Así, en esta analogía lo que está de fondo es la idea de un sentido estético del mundo, pues “¡cuán fácil por la vía estética hacemos del mundo sólido uno con nosotros mismos y nos penetramos de su ritmo, vibrando nosotros a su unísono”[5].
El sentido estético hace del mundo un todo con ritmo múltiple en el cual se da una conjunción de sistemas vibratorios. Así, la facultad estética se vuelve la facultad de afirmar nuestro ritmo propio para recibir los ritmos externos, saturarnos de ellos, y disolver las barreras que entre todas las cosas crean los sentidos y el pensamiento. Sólo en el arte, la intuición de la belleza, y no en la ciencia, se contemplan y se funden los géneros, las clases, los números, los seres y las ideas. Lo cual lo han entendido los místicos, ya que las mismas leyes rigen al arte y a la mística, sólo que el artista ve por fuera, mientras que el místico ve por dentro. A partir de esto Vasconcelos retomará algunas ideas de Kant al decirnos que: “nuestra conciencia es el lazo de los dos mundos (el fenoménico y el nouménico), el puente entre dos naturalezas; no puede haber una intuición que no sea fenómeno, pero no puede haber fenómeno que no denuncie el noúmeno”[6]. El análisis kantiano, en opinión de Vasconcelos, divide nuestra conciencia en dos zonas sin comunicación recíproca, a saber, la del fenómeno y la del noúmeno. Pero en realidad cada acto o estado de conciencia muestra que las dos zonas están fundidas una en la otra. Poniéndonos por encima de la razón, nuestro sentido primitivo o estético nos muestra que el fenómeno y el noúmeno nacen de una misma fuente que es en nosotros mismos, y es ya uno o doble. Es uno cuando es, y es doble cuando juzga y contempla.
Según Vasconcelos, aquello que percibíamos como lo más íntimo y simple en nosotros es lo esencial del fenómeno, esto es, la naturaleza misma del noúmeno. “Esa misma noción de ritmo que hemos indicado como el dato primitivo y esencial de nuestra conciencia es igualmente la íntima esencia del fenómeno, y eso mismo es el noúmeno, es decir, que el noúmeno es uno mismo con nuestro yo esencial”[7]. Así como la noción de ritmo es lo más íntimo del yo, así mismo es lo más profundo de todos los fenómenos. El noúmeno no sólo es ritmo, sino que el fenómeno llega al noúmeno a través del noúmeno por el ritmo. De esta forma, la conciencia es un eje del cual parten dos corrientes, la fenomenal que camina en concordancia con los cambios que ocurren en la naturaleza, y la noumenal, cuya realidad se manifiesta como puro existir, y cuya ley es desinteresada, atélica, libre de propósitos, la cual puede ser denominada como estética. “El orden fenomenal nos lo podemos representar como una espiral que parte del centro del ser , se desenvuelve y gira, para volver a sí mismo con movimiento centrípeto; y la segunda manera de existencia, la espiritual, puede representarse con una espiral abierta y centrífuga que conquista para el ser el infinito”[8].
Esta representación establece la manera en como se funde un mundo en el otro, es decir, el mundo de la estética con el mundo formal de las ideas. Sin embargo a ambas líneas, la centrípeta y la centrífuga, la constituye una misma línea. Con esta afirmación Vasconcelos procederá a describirnos el camino que recorren éstas dentro de una misma línea de la siguiente forma: “En el punto central de la conciencia la energía que desciende del infinito se despierta y desenvuelve en espiral centrípeta… Pero la energía regresa por efecto mismo del egoísmo y vuelve otra vez, por impulsión que recibe en el centro de la conciencia, a la espiral centrífuga que la retorna al infinito, al infinito de donde procede”[9]. Esta figura representará el misterio de la vida humana de la siguiente forma: “Por el extremo superior de la espiral baja hasta nosotros, que somos el punto de cruzamiento de las dos tendencias, la potencia desinteresada, la de Dios, que nos alimenta sin cesar y constituye el principio de lo vital, el secreto del movimiento, el rocío de vida que por doquier anima a lo creado. De este soplo se alimenta la varia actividad de todos nuestros días…porque ha de volver, después de descrita su curva, a la fuente primera… (Este soplo) Viene a recoger toda materia purificándola a través de nosotros, que gracias a nuestra facultad estética nos convertimos en el crisol de los fenómenos, pues reducimos toda materia a valor estético y de esta manera la espiritualizamos”[10].
[1] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 43.
[2] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 49.
[3] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 49.
[4] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. Pp. 49-50.
[5] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 50.
[6] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 51.
[7] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 52.
[8] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 53.
[9] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 54.
[10] VASCONCELOS, José. “Pitágoras (Una teoría del ritmo)”. En: Obras completas. Vol. III. P. 56.